Alambres

Delimitar un espacio es un modo de punzar y tensar la cuerda. No lo podemos todo. Tenemos un límite y en ese terreno alambrado se funda nuestra posibilidad de saltar la valla, de mirar desde afuera ese territorio propio.
Nos reconocemos como seres pertenecientes a una historia, a una tradición, a un lugar pero con el deseo inesperado de partir. El río plateado de la fuga. El metal maleable que brilla, crece y se achica según nuestro ánimo con el mundo.
Alambres electrificados. Alambres de púa. Alambres que delimitan un "campo explotado por". Alambres con los que arreglamos todo.

domingo, 30 de mayo de 2010

La traducción de poesía: Un acto de libertad transformadora


por Daniela Camozzi

Este texto fue leído en el último congreso de traducción que tuvo lugar en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA Pues la traducción existe.
Paul Ricoeur

Para Humberto Zapata, por su vital, incansable, contagiosa militancia.

Un caso paradigmático

Si, como afirma Octavio Paz, toda traducción implica una transformación del original, la de textos poéticos vendría a encarnar un caso paradigmático.

Siempre que traducimos, nos enfrentamos a la enorme y paradójica empresa de la transposición de un texto de un idioma al otro, lo cual implica una toma de posición ideológica y filosófica acerca de la posibilidad de encontrar un fondo en común que nos permita salir airosos de la tarea. Hay, postulamos los traductores desde nuestra praxis, incluso si no adherimos expresamente a determinada teoría, un magma que fluye debajo de las lenguas, un sentido posible, asequible, que, mediante diversos recursos lingüísticos y estilísticos, habremos de alcanzar; material que, gracias a nuestra alquimia, transmutaremos de modo de reproducir un texto en otro idioma que dialogará con su original, reflejándolo. O, en palabras de Ricoeur, nos inscribimos en la larga letanía del “a pesar de todo”, movidos por un deseo: el deseo de descubrimiento, el deseo de traducir.

¿Por qué afirmar que la traducción de poemas constituye un paradigma de esta transmutación? Analicemos, ante todo, las principales características de los textos poéticos.

En primer lugar, en el poema, se pone de manifiesto la relación indivisible entre sonido y sentido (o como quería Gerald Manley Hopkins, el sonido es un eco del sentido). Así, en los textos poéticos, hay un más allá de las palabras (su ritmo, su música) que también significa. En palabras de la poeta argentina Liliana Lukin: “el trabajo es ese: cómo lograr un concepto que se pueda decir, que sea fuerte, duro, inteligente y que calcine un prejuicio o alguna metáfora vieja y la vuelva a instalar nueva,... pero que, además, se escuche bien.”

Aunque podría decirse que este plus de significación existiría también en otros tipos discursivos (¿o en todos?), es en la intencionalidad poética donde radica este doble nivel de sentido. Y esto sucede también en los poemas modernos, sin rima ni metro, donde los recursos rítmicos, como la repetición léxica, la aliteración, las rimas internas, el corte de verso y las pausas son fundantes de sentido.

En segundo término, el discurso poético tiene una propiedad fundamental: en él, a diferencia de lo que sucede con la prosa, no se pretende que la significación sea unívoca, sino que el poeta busca hacer estallar una multiplicidad de sentidos. Y esto se logra, paradójicamente, mediante el entramado de un artefacto de la lengua que hace que cada palabra sea necesaria. Así, en el poema, no es posible hablar de palabras intercambiables: ellas son piezas imprescindibles de una máquina viva. Volveré sobre esta cuestión en el próximo título.

Una aclaración. Cuando me refiero al sentido fijo de la prosa, hablo de los discursos narrativos que no plantean, desde su forma, un anhelo musical. Hay relatos (como el cuento La mayor, de Juan José Saer) que son verdaderos ensayos sobre la posibilidad de hacer música con la lengua. Se emparentan, en esta búsqueda, con la poesía, y aquí nos enfrentamos ante la complicación de establecer el límite exacto entre ésta y la prosa, apasionante cuestión que excede el marco de este trabajo.

Acerca de la traducibilidad de los textos poéticos

Para que la experiencia de traducir poemas pueda abordarse con gozo estético e intelectual (para que sea una fiesta: el placer de traducir que postula el maestro Leandro Wolfson), esta doble dimensión no debe asumirse como problemática, según quiere la tradición reduccionista de la intraducibilidad de la poesía.

Muy por el contrario, habremos de encarar la tarea con la determinación de recrear el poema en nuestra lengua y, para hacerlo, asumiremos el ejercicio de una libertad transformadora. Lo cual no implica que debamos producir bellos pero infieles textos; sino que postulo que es preciso darse esta libertad recreativa para arribar a una traducción feliz.

Para ello, deberemos tener en cuenta las características que antes reseñaba sobre el discurso poético: el ritmo como constituyente esencial de la frase poética y la pluralidad de significación que cada palabra despliega en el verso y la vuelve irremplazable para la economía del poema. Alertados de estas particularidades, y con la idea de la recreación de un texto análogo en sus efectos poéticos, la tarea no será un imposible: buscaremos los recursos rítmicos y las palabras que nos permitan componer un poema en nuestro idioma que arme su propia economía, su propia necesidad, que versione a su original y lo reproduzca, en la mayor medida posible, en todas sus dimensiones.
Veamos, ahora, algunos ejemplos de traducciones comparadas de poemas de Emily Dickinson, Joseph Brodsky, Silvia Plath y Muriel Rukeyser. Intentaré demostrar que las versiones más logradas son justamente las más irrespetuosas: una audacia que permite transmutar ese primer texto en uno "otro" que lo refleje y proyecte.

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