Alambres

Delimitar un espacio es un modo de punzar y tensar la cuerda. No lo podemos todo. Tenemos un límite y en ese terreno alambrado se funda nuestra posibilidad de saltar la valla, de mirar desde afuera ese territorio propio.
Nos reconocemos como seres pertenecientes a una historia, a una tradición, a un lugar pero con el deseo inesperado de partir. El río plateado de la fuga. El metal maleable que brilla, crece y se achica según nuestro ánimo con el mundo.
Alambres electrificados. Alambres de púa. Alambres que delimitan un "campo explotado por". Alambres con los que arreglamos todo.

jueves, 10 de junio de 2010

Rojo sobre rojo


Poemas de Alejandra VarelaTanto se habló de los vencidos. que hoy la única lamparita prendida. es la brújula. esa luz blanca que cae. delatora. abre la piel. Pero mi infancia es inflexible. y sorda. Desconoce los dientes. que muerden manzanas exquisitas. esas que siempre tienen un gusano adentro. se lamen los ojos. con la solapa del saco. y en su terciopelo encuentran. la bota gastada. que habla de la discordia. No puedo perdonar. lo no dicho. envuelto. en la corrección. La batalla perdida.




Me los imagino como marineros rusos. una película de Tarkovsky. en blanco y negro. Una vida hostil, disciplinada. apenas me reconozco en los que ríen. Esos hombres de chaqueta negra. delgados porque la tierra era su alimento. tenían cenizas en las manos y la boca. los dientes negros.
y cuando hablaban parecía que el fuego. salía de los ojos perfumados. de los vasos de cerveza. de las cucharas curvas y planas. Todo era fuego. El bar. luces anaranjadas de un sol. que no soportaba vidrios. ni lunares. El cielo está acá dentro.
Sos el dibujo. que me separa de la vida. Me preserva de todo. lo ocurrido.




La cicatriz. el pelo que se corre sin resguardos. la melena que se encrespa. como esos gatos que juegan a rascarse. a esconder la cabeza. y se convierten por un momento. en un animal inconsciente.
Cabe en mi pelo. tu palma entera. y todo lo que el otro sabe esconder. Nunca fui la madre. que volteaba la cabeza. para negar ante el mundo. que fue ella. la que se comió la serpiente. Mi fruta es otra. es el abismo de un libro con las hojas pegadas. Algo virgen que no puedo separar.



si el tiempo empieza en los pliegues. de una melena que anda sola. porque no la gobierno. no es mía. ha crecido tanto. y tiene colores.
Nunca la viste. estaba encerrada en la pileta. del baño. y se lavaba las uñas. con los restos de una carta de amor. Mujeres en musculosa. juegan a la peluquería. comen merengues. y tienen la cabeza rapada. miran mis rulos con envidia. y con asco.




Denuncio tu nombre. vuelvo a ser. la que escribe mensajes en la noche. la noche escrita para no conocerla. perderla como una pista falsa. como la evidencia que no quiero seguir. Te encuentro. en la página pegada. que dice el nombre. de quien ha roto. la vajilla nueva. el juego de té.

Ser la que ríe. la que se suelta el pelo. y sufre desmayos en el subte. pide socorro detrás de las ventanas. de las casas donde pequeñas ancianas. descubren que los demás no tendrán jamás sesenta años. que la vejez del futuro será en la intemperie.




Yo no tengo muertos. entierro cajas de algodón
pero no vidas
Los ausentes. no me dejan en paz. tienen. la suave corrupción que me hace dormir. Tan presentes. cuando descubro la dicha. que quisiera matarlos. ya mismo. Encontrar una pala enorme. y verlos como cucarachitas. pidiendo auxilio.

martes, 8 de junio de 2010

Erótica caníbal


Poemas de Anna Pinotti

en ese hueco rojo clavé los dedos
profundos hasta encontrar un tope
y rompí
esa tela contenedora
y la vi
resbalarse en contra de la gravedad
de su sangre
de mi sangre

entre los muslos

no hay que respirar en el momento del dolor
le digo mientras
no

el contacto será determinante
cuando el espeso deseo nos deje la marca
ardiendo

no podremos volver a mirar igual
lo impreso en sal quema la piel delgada
para siempre

deseo la estampa y el peso de sus senos
desafiando el filo de mi incisivo
recorriendo el borde de los labios
presa del calor, del impulso que
punza
ahí
en la unión femenina
que nos define

tengo el cuerpo hormigueante
de pies a cabeza conmovida ante la imagen
que provoca pensar su sexo descubierto
en mi mentón circulando, circulando
para cubrir mi boca
y abrir
un tajo nuevo por donde respirar

sin perder la cordura que requiere danzar
ella contornea el abdomen,
el ritmo del jadeo nos penetra la piel y
las escamas dejan un camino plateado
para espejarnos de espaldas
con poca luz

las manos atadas al respaldo de la cama
dos nudos corredizos
y las piernas abiertas
dos nudos
corredizos en los pies inmovilizan a la hembra,
mi celo no se contenta con mirar
recorro su contorno con el índice, hago presión
dejo que sienta la fuerza de mis manos
antes
de traspasar el sonido

el pasaje secreto nos concentra
en ese punto de quiebre para captar la señal
y expandirla
hasta perderla
en su cuerpo crispado de gusto

el sabor en los labios
el doble filo
de mis dientes al morder su hinchado pezón
inyectado
puedo sentir en el paladar el óxido
recorriéndome
el dulce adictivo que emana de sus huecos
en cada segundo incontenible
yo me alimento
de su membrana intensiva

quedó impregnado en la habitación el aroma
salado
a la mañana
el piso regado de escamas y el reloj
sin ganas
titilando
por un corte abrupto

no ha sangrado aun
la falta a la vista nos distrae

la guía extremadamente precisa desde arriba
provoca
una intensa sensación entre las piernas
antes de saltar
los muslos tensos
contienen el aire en una bocanada
antes
de hundirnos
el cuerpo extremo nos revela

me resbalo adentro
ella ejerce en mí su seducción
dolorosa y placentera
me aprieta salvajemente con sus labios brotados
la caníbal nocturna que con húmedos movimientos
deja la estampa roja
en el índice
en el mayor
donde la encuentro despojada

no busco amor
busco en el sexo el secreto
el que tengo en la punta de la lengua y no termina
no se manifiesta
sin embargo la presencia en las papilas es indudable
el ardor
el gusto
mi propia sangre manifiesta y ajena
un hueco nuevo tallado bajo el pulso firme de su magia
el espejo convexo
sin marco
precipitándose en la velocidad de un aguijón
preciso

paladeo la resina con el placer de una experta en sabores fuertes
la dama del mar contempla desde lo profundo su propio infierno y me condensa
en el aliento hasta oxidarme.
ella sabe el miedo que le produce el dolor de un arpón
lleva la cicatriz
en el pecho expuesta
como registro
para no olvidar
el ardor de una herida en el agua.

lunes, 7 de junio de 2010

La Tarea


La Tarea” es un libro de poemas de Andrea López Kosak que ha sido seleccionado por el sello chileno “Manual Ediciones” para ser publicado en el transcurso de este año.

Por Anna Pinotti

La tarea, el espacio de contención, pendiendo de una cuerda donde equilibrar el peso cuando la realidad se transforma incómoda. El recuerdo nítido de un sueño y la duda, se imponen, se está despierto o despierto. A medida que avanzamos en La Tarea, el compromiso será seguir cada huella y cargarla para que el balanceo no nos precipite. ¿Uno más? De ningún modo, en ese filo la voz que “cuenta” deja evidente la distancia, sin embargo la memoria parece hacerla parte de la manada para definirla. Afuera y adentro el pulso es contundente, no hay marcha atrás. El lugar a ocupar es el riesgo cuando los valores se ponen en juego. Entonces la cuerda tiembla, toda la tensión hacia el mismo lado sin tocar el suelo, el cálculo debe ser exacto, antes de moverse, moverse. Una ma-nada una suma que se cuenta al revés, esa conciencia de finitud, un saber siguiendo las cicatrices, ante la falta, lo que no se forma, lo que no se termina de manifestar, los límites contenidos en una canción infantil, un elefante, dos tres…hasta perder el sentido. ¿Cuál es la tarea? ¿Hacer justicia? Reasignar en el tránsito, la forma de lo que se arrastra. ¿La herencia? El tejido imposible parece que resiste todas las condiciones/conexiones. El reflejo, ese filo donde se provoca a ver si cede, pero no, la tela nos contiene a todos, se adapta, nos adapta. La violencia que implica saber que esa no es la salida. Y una vez más deja el hilo suelto. ¿Y si no puedo dormir?
“Ver ver no poder creer” dijo Susana Thenon, lo desesperante, lo que no se confirma a no ser por la marca, ese ombligo, punto eje donde se comienza a tejer y del cual nos alejamos a medida que el balanceo se produce, reproduce y oscurece a la sombra del elefante.

domingo, 6 de junio de 2010

El duelo, sobre "El ghetto" de Tamara Kamenszain


por Alejandra Varela


La imposibilidad de sostener un drama desde la única y absoluta intimidad, guía la escritura de “El ghetto”.
Se contagia de otros textos, satura la intertextualidad de Tamara Kamenszain, un poco porque es imposible no rescribir lo ya dicho y otro poco porque a cada paso surge una asociación, un recuerdo. Al intentar escribir el poema se engarzan otros versos que vienen a la memoria y la voz personal se construye haciéndolos parte de la propia experiencia. Inútil sería negarlos, disimular que no se conocen, imposible escribir contra ellos. No queda otro camino que hacer un colaje y tratar de tomar una forma entre esos papeles que nos tapan, libros que caen mientras escribimos para disuadirnos de cualquier pretensión de originalidad.
Y, justamente, el libro de Kamenszain marca la cesación de dos postulados que sostuvieron la poesía de los noventa: el alarde de construir una escritura desde la orfandad (otra forma de intemperie) y la reducción de un mundo acotado a la intimidad. El yo lírico de Kamenszain lucha por pensar su duelo como una experiencia solitaria, por creer que su drama poco tiene que ver con las personas que comparten ocasionalmente un territorio con ella, para descubrir, incluso contra su voluntad, que el yo deviene en un nosotros, que el afuera se ha metido en cualquier acontecer privado, que la poesía está pidiendo convertirse en una experiencia social.
La poesía como testimonio. Recursos vacíos que comienzan a decir, a ser imprescindibles para la construcción de lo poético. Frente a las voces que defienden una escritura sin pretensiones metafísicas, limitada sólo a lo que se muestra, Kamenszain experimenta la revelación de que es la métrica la que dicta el paso, que ese andar por el Gran Buenos Aires requiere un modo de decir y que no alcanza con quedar encerrado en una vivencia que sólo se piensa autorreferencialmente. Kamenszain ha dicho que la creación de un ghetto en el libro tenía como finalidad romperlo. La palabra, que adquiere un valor supremo ligada al judaísmo, contiene una autocrítica y un valor documental al mismo tiempo. Es el diagnóstico de un estado poético.
Cuando ella creía estar transitando un drama descubre que el drama está afuera, en el campo del otro o que su duelo no es comprensible para los demás. Ella necesita nutrirse de ese duelo para contar lo propio.
Al principio no quiere sumarse a “esa muchedumbre abatatada”, finalmente no puede dejar de hacerlo. Kamenszain grafica una necesidad de toda la poesía: dejar de ver la realidad como algo que le ocurre a otro y poder decir: “Somos una muchedumbre abatatada”. Ella se permite esa transformación en el desarrollo del poema y la expone al lector. Ella es una más allí, no le teme a la mezcla. Esos territorios que en la poesía de los noventa estaban tan separados aquí entran en un montaje que no elimina las tensiones. No se trata de una visita circunstancial sino de una pertenencia ineludible.